lunes, 22 de febrero de 2010

El periodismo y los adelantos tecnológicos

Allá por febrero del 2001 escribí este artículo para un concurso de la Academia Nacional de Periodismo, que no corrió buena suerte, pero que, mirando desde aquí a diez años atrás, permite establecer algunos puntos de reflexión en torno a las perspectivas que en aquel entonces se tejían en torno a la influencia de la tecnología sobre la profesión periodística. Eran tiempos en que el reality show copaba las pantallas y las conexiones a Internet eran privilegio de unos pocos.

Preguntarse sobre la manera en que los cambios tecnológicos influirán sobre el periodismo es plantearse el viejo dilema de cómo los adelantos técnicos modifican la conducta humana. Desde que el hombre es hombre, se ha inventado herramientas para hacerle frente a las dificultades que les presentaba el medio ambiente. Entre esas herramientas, desarrolló los medios de comunicación, que en este último siglo alcanzaron un grado de sofisticación inusitado, y le ha permitido al hombre acceder a un cúmulo de información descomunal.
En lo que hace específicamente a la práctica periodística, es necesario plantearse hasta qué punto el cambio de formato modifica la naturaleza de un oficio que tiene como fundamento registrar los hechos de la actualidad.

Por ejemplo, la generalización en el uso de las computadoras personales, en la década de los 90´, supuso un cambio fundamental en las redacciones de diarios y revistas: a las viejas máquinas de escribir les sucedió una computadora que permitía editar los textos, borrar y volver a escribir, cambiar la tipografía, utilizar la negrita o la cursiva. Como todo nuevo uso de esos medios, la PC no ha cambiado sólo la naturaleza de los textos, sino el oficio del periodista: es distinto ponerse a escribir pensando que se trata de un original que no admite borrones ni tachaduras, a contar con la tranquilidad de equivocarse y de tener errores de tipeo o de ortografía, porque en definitiva recién cuando todo esté listo, el texto se puede imprimir. Se puede decir que el periodista de la era mecánica (de la máquina de escribir) ha muerto, para dar a luz a otra especie: la de la era digital. En un futuro muy cercano, cuando las nuevas generaciones de periodistas desconozcan las viejas Olivetti, sólo habrá computadoras, y la lógica del oficio se inscribirá sobre esos nuevos medios. La era nostálgica del martilleo ruidoso sobre los teclados metálicos habrá terminado, y sólo quedara el sonido de teclados cada vez más sensibles, o de la voz del periodista, que dicta sus pensamientos a un software que reconoce sus palabras y las convierte en texto en forma instantánea. El semiólogo italiano Umberto Eco decía en una entrevista que la computadora personal cumplía el sueño de cualquier filósofo: escribir con la versatilidad del pensamiento. Al orden lineal que suponía la máquina de escribir, le sucede otro más abierto, que permite cambios sobre la marcha, nuevas ideas, nuevas relaciones, volver atrás y rescribir lo que se ha modificado hace un minuto...


Cambio de contenidos

Sería inútil pretender anticipar los avances tecnológicos que se producirán en los próximos años en materia de comunicación. ¿En qué acabara el papel, desaparecerá o sufrirá nuevas metamorfosis? Está claro, a esta altura, que el formato escrito, lejos de las predicciones apocalípticas que provocó la masificación de la imagen televisiva, tiene vida para rato. Sin ir más lejos, Internet es más texto que otra cosa. El hombre del siglo XXI será un ser hipercomunicado: ya no suena extravagante la posibilidad de que sus terminales nerviosas estén conectadas a ordenadores, y pueda acceder a todo tipo de información en forma instantánea y en cualquier lugar que se encuentre. La información estará disponible en aparatos cada vez más pequeños: desde los actuales teléfonos celulares, hasta la puerta de la heladera, terminales conectadas en cualquier ambiente de la casa, en los “hogares inteligentes” y en los dispositivos más inverosímiles, que superarán aún a las películas futuristas más delirantes.

Pero ese tipo de predicciones no es el objetivo de este artículo, porque lo que se dice hoy, mañana quedaría en el olvido, igual que una crónica en un diario o una nota en televisión. El cambio de contenidos que el periodismo ya está sufriendo es el meollo del asunto, y de eso se ocuparán estas líneas. ¿Hasta qué punto la forma influye sobre el contenido?

Estas modificaciones podrían sintetizarse en dos grandes grupos: por un lado, cambios que tiene  que ver con la temporalidad de las informaciones, y por otro, modificaciones relacionadas con la hipervinculación de los datos.
En primer lugar, la era digital, la del diario electrónico y las publicaciones por Internet, suponen un cambio en la manera de redactar las informaciones. Al concepto de “cierre” del diario tradicional, lo reemplaza un nuevo concepto, que es el del “ahora constante” que supone la publicación en Internet. Si antes las informaciones remitían al día de ayer, el diario electrónico remite al presente, y esa misma exigencia provoca la caducidad de la información, porque si en el diario tradicional se tenía claro que la información era “vieja”, del día anterior, en Internet, dado que la información se puede actualizar en forma constante, se corre el riesgo de estar siempre atrasado. Pensemos en una situación tan impredecible como un asalto con toma de rehenes: ¿cómo se ocupará del asunto un diario digital?. Sin duda que el medio ideal para ese tipo de acontecimientos es la transmisión en vivo por TV. El formato escrito, que desde siempre fue considerado como una mirada analítica de los hechos, ahora tiene las armas para correr detrás del tiempo. ¿Cómo utilizará esas posibilidades? ¿Cada cuánto tiempo un diario digital modificará sus ediciones para mantenerse actualizado? ¿Cuál será la versión definitiva de los hechos?.
El otro aspecto, muy relacionado con el anterior, es el de la hipervinculación de las informaciones. Escribir para un diario digital es considerar que este artículo, por ejemplo, puede tener un link o vínculo a un archivo que describa, por ejemplo, la historia de los medios de comunicación, o que conecte con una webcam que transmita en vivo la citada toma de rehenes, o que permita escuchar por la PC la transmisión radiofónica de ese suceso. El periodista del siglo XXI tiene la posibilidad de imaginar un artículo multimedia. Si en el caso de las notas tradicionales se podían citar libros, o una película o una serie televisiva en el caso de la sección cultural de un matutino, en un futuro cercano, se podrá vincular ese análisis al hecho analizado. Por ejemplo, en el caso de una crítica cinematográfica, se podrá analizar una escena del film, y mediante un doble click, acceder a esa escena y ver ese fragmento con sus propios ojos. El periodismo de las décadas que siguen tendrá como rasgo distintivo el de la vinculación. Estará en la imaginación del periodista concebir esas vinculaciones, a fin de brindar un panorama más abierto de los fenómenos de los que está dando cuenta.

La televisión omnipresente

La batalla contra el tiempo, la materia y la distancia que empezó con la invención de las herramientas, tales como los medios de comunicación, encuentra en la TV su concreción más evidente. La transmisión en vivo, posibilidad que distinguió a la televisión de su hermano mayor, el cine; es una lucha constante contra el tiempo (“estar primero que todos”) la distancia (“en cualquier lugar del país o del planeta”), y la materia (“le traemos el mundo a su pantalla”). Las transmisiones en vivo se han transformado en el rasgo distintivo de la buena televisión. Entonces, no importa tanto qué información se transmita como el hecho de que se transmita al mismo tiempo en que se produce el acontecimiento. Esto ha originado, entre otras cosas, el hecho de que existan canales de televisión dedicados exclusivamente a las noticias, con móviles de exteriores funcionando en forma permanente. Si se cuenta con esas posibilidades, habrá que buscar, todos los días, qué suceso presentar en vivo. ¿Cualquier hecho merece la atención de la televisión, o lo que vale es que ese suceso sea transmitido en vivo?. Cabe hacerse esa pregunta, porque el desarrollo tecnológico de los años que siguen propiciará la existencia de una TV cada vez más omnipresente. En definitiva, la televisión hace una apología de ella misma. Se arroga la posibilidad de llegar a todos lados en el menor tiempo. Este fenómeno se ve cada vez más ampliado con la globalización de las comunicaciones, y la formación de redes satelitales a escala mundial. De esa forma, se puede conocer al instante lo que sucede en un rincón alejado de Africa, o el último discurso del presidente de los Estados Unidos.

En Internet, el fenómeno ha nacido casi en forma simultánea con la proliferación de la red: miles de personas transmiten su vida en vivo mediante webcams que instalan en sus casas, y esa es una tendencia que no deja de crecer. El formato televisivo del reality show, ampliado por la posibilidad tecnológica de transmitir en vivo a millones de televidentes o internautas la vida de desconocidos, ejercerá su influencia sobre el oficio periodístico. ¿Si se puede acceder a la realidad sin pasos intermedios de interpretación, qué lugar ocuparán entonces los periodistas?. Sin duda que todo no es televisable. El reality show, como todo fenómeno televisivo sujeto a la sobre-exposición, cumplirá su ciclo. Pero otra cosa es el hecho de que cualquier ciudadano del ciberespacio pueda acceder a la transmisión en vivo de cualquier fenómeno. La habilidad del periodista para que su función siga considerándose necesaria, asegurará su supervivencia. Esa destreza tiene su respaldo en el hecho de que un mundo cada vez más conectado puede ser un mundo insoportablemente estimulante. A la avalancha de información, a la hiperestimulación sensorial a través de las pantallas, habrá que poner un poco de orden. Y el periodista puede ser el agente organizador de la realidad, como siempre lo ha sido, pero ahora con más informaciones que ordenar, con más complejidades que resolver. Ante el ojo omnisciente de la TV, el desafío es establecer un criterio informativo de prioridades un orden de lectura, un código de ética.

Todos pueden publicar

Internet introdujo un nuevo desafío para los periodistas. Algo similar a lo que le ocurrió a los diarios y revistas con la aparición de periódicos barriales, sucede hoy y sucederá en forma creciente en el futuro cercano con Internet. Cualquier institución o particular querrá tener su presencia en la red a través de una página web, o intentará dar a conocer sus ideas. ¿Qué lugar ocupará entonces el periodista?. Claro que el fenómeno no es nuevo: hace ya algunos años que modelos publicitarias, deportistas, gente de la farándula, o políticos hacen de periodistas en programas de televisión, y brindan sus puntos de vista sobre la realidad en noticieros o programas propios. Pero esto no deja de tener su rasgo de espectáculo: no importa tanto lo que se dice, sino quién lo dice, y que lo haga        -necesariamente- por televisión. Con Internet, quien quiera, sin poseer el certificado de consenso social que le otorga el ser alguien conocido, puede dar a conocer sus puntos de vista. 

Entonces, la realidad no será construida solamente por aquellos que desarrollaron competencias para escribir o hablar de acuerdo a ciertos criterios y sujetos a determinados códigos. La realidad se verá matizada por los puntos de vista de seres ajenos, desconocidos, distantes, de distintas ideologías, religiones, sexo... Entonces, la función del periodista, que contaba antes con la seguridad de ser el único que accedía a dar a conocer el devenir de los hechos a través de  esos medios, deberá hacer valer su rol de “intérprete oficial” de los sucesos, y procurar que la calidad de su trabajo le asegure el consenso social para desarrollar su tarea. El del futuro será un periodismo más interpretativo, que brinde un enfoque sobre los acontecimientos, y no el sólo hecho de contarlos. Deberá tener en cuenta que competirá con otros medios, otras interpretaciones. Entonces, deberá poner en juego su mirada entrenada y su habilidad para reflejar un punto de vista de la realidad.

Volviendo al concepto de hipervinculación que permite los medios digitales, el oficio del periodista se vuelve entonces fundamental, porque podrá escribir sus artículos o transmitir acontecimientos pensando en cómo relacionarlos con otros artículos u otros acontecimientos. Entonces, prevalecerá su mirada integradora. La complejidad propia de la realidad deberá encontrar su correlato en la complejidad de una mente que relacione sucesos, que encuentre puntos en común y que proponga un tipo de lectura de los hechos. En definitiva, el periodismo deberá afrontar el desafío no sólo de informar, sino de contribuir a la construcción del conocimiento. Es decir, deberá ser la puerta de acceso a diferentes puntos de vista, deberá proponer el hábito de constatar hipótesis, comparar resultados, y valorar en su justa medida los datos que circulan en medios cada vez más integrados y complejos.


Localidad y globalidad

El fenómeno de la globalización, concepto que nació en el ámbito económico, se ha extendido a todas las áreas, entre ellas la de la comunicación. Los satélites permiten acceder al acontecer mundial en fracciones de segundo y cumplen el sueño de la aldea global planteado por Mc Luhan. Entonces, el gran desafío será mantener la identidad local frente a un ser global. Como una lucha que se plantea entre lo masivo y lo auténticamente regional, las comunicaciones del futuro serán el escenario de lucha entre dos identidades en pugna. Habrá que tener en cuenta que lo global –atravesado por condicionamientos económicos- lejos está de representar “a todo el mundo”. ¿Qué países están en condiciones de mantener un gran número de satélites en órbita? ¿O de acceder a un mayor ancho de banda para transmitir sus mensajes?  Entonces, la realidad mostrada por el mundo globalizado por las comunicaciones no es la de todos los países, sino la de aquellos que pueden emitir. Incluso los países más pobres que aparecen en los medios de comunicación, muchas veces lo hacen en calidad de objetos de estudio, en función de su carácter exótico, pero raras veces pueden controlar lo que se dice de ellos, y casi nunca ejercen su potestad de emisores.

Nuestro país, como nación en desarrollo, deberá defender lo local dando a conocer sus representaciones del mundo, sus rasgos nacionales y aquello que puede “exportar” como bien cultural valorado en lo global. El periodismo cumple en este contexto una función fundamental: lejos de encandilarse con las luces de lo global, manejado por las grandes luminarias de los centros de poder, debe defender en sus concepciones una interpretación de los hechos cercana a lo que vive el argentino, o el latinoamericano. Desde este punto de partida, lo global puede ser enriquecedor, en la medida en que se puedan extraer enseñanzas sobre cómo aquel país hizo frente a determinada situación, utilizando qué medios. Eso, aplicado a la situación actual, puede ser de provecho. Pero no como un traslado textual o calcado de recetas preelaboradas sino anteponiendo una instancia de resignificación de esas propuestas, y atendiendo a que pueden provocar diferentes resultados. 

La lucha entre localidad y globalidad, si bien tiene sus raíces en el sistema capitalista desde el momento en que el FMI dicta las recetas fiscales para los países periféricos, debe librarse también en el terreno cultural desde la identidad nacional que hace único e irremplazable a un país en el escenario global.

El escalón digital

El oficio de aventurar hipótesis puede convertirse en una práctica lindante con la locura si no se tienen en cuenta los condicionamientos reales para que esa realidad sea un hecho. Hablar de medios digitales, Internet,  hipervinculación y webcams omnipresentes, se puede inscribir en una de las tantas utopías tecnológicas que desarrolló el hombre cada vez que delante de sus ojos se desplegaba un nuevo invento con todos sus encantos. El hecho de que sólo el 2,7 % de la población mundial tiene acceso a la red da una idea del tamaño de la utopía que se tejió alrededor de la web. Y más aún, de ese 2,7 por ciento, casi el 20 por ciento de los conectados son norteamericanos. Entonces, la red, lejos de ser la abanderada del acceso democrático a la información, se ha convertido en instrumento de una  creciente “división digital” del mundo. Desde hace algunos años se habla de países “inforricos” y países “infopobres”, y se concibe a la información como un instrumento de poder, tal cual lo vaticinaba Alvin Toffler hace una década. Si la información es elemento de poder, ¿quién lo detenta?. Es claro que los países que tienen mayor acceso a la red son quienes emiten más, son propietarios de dominios y publican sus ideas, que lejos de ser sólo ellas transmiten una visión del mundo. Entonces, todas las predicciones que se hagan sobre el periodismo de los próximos años debe inscribirse en ese contexto de división digital del mundo y del ejercicio de poder que supone ser emisores en un mundo globalizado e hiperconectado. El escalón digital se vuelve entonces un paso infranqueable: quienes accedan a la plataforma digital podrán asumir un lugar en la construcción de la realidad de los años que vienen. Y su rol en ese escenario (emisor o sólo receptor de los mensajes) definirá su lugar, como protagonista o como simple espectador del devenir histórico.


Algunas conclusiones

Lejos de tratarse de una visión sumaria de la influencia de los adelantos tecnológicos sobre la práctica periodística cotidiana, el presente artículo pretendió mostrar algunos de los caminos que seguirá este oficio en los próximos años. Lo que queda claro es que el periodista del mañana, un mañana cada vez más inmediato y empujado por la velocidad del devenir tecnológico que convierte en obsoleto lo que ayer era novedad, deberá tener más que nunca una visión de conjunto. Lo que escriba., lo que diga o lo que muestre a través de las cámaras, será visto por espectadores, receptores, lectores de una comunidad cada vez más numerosa, heterogénea y pluricultural. Sin caer en el precio homogeneizador que cuesta lo masivo, deberá apuntar a ese público resguardando una identidad local. Deberá competir con una dispersión cada vez mayor de puntos de vista y concepciones del mundo. Deberá agudizar sus competencias a fin de brindar un servicio de mayor calidad para ser elegido por un receptor cada vez más exigente.

Pero el desafío más grande será el de no perder el contacto con el referente de la realidad. La melancolía de las ruidosas salas de redacción, cuyos habitantes eran seres bohemios que recorrían  las calles para contar lo que pasaba allí a la vuelta, conserva esa necesidad de no despegarse de lo cotidiano. En un mundo cada vez más mediatizado, se corre el gran riesgo de que esas herramientas reemplacen a la realidad por visiones simplificadas y manipuladas de ella. Entonces, el oficio más auténtico del periodista debe mantenerse: contar lo que pasa, en contacto físico con los hechos, y utilizando los medios más avanzados a su alcance. 

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