domingo, 16 de mayo de 2010

Alumnos del Colegio Filii Dei visitaron la ESMA

En el marco de una salida didáctica, los chicos recorrieron las instalaciones del que fue uno de los principales centros clandestinos de detención de la última dictadura militar. La crónica de un encuentro con el pasado y el testimonio de una verdadera “lección de historia”.

Artículo publicado en Prisma Sindical, publicación periódica del Sindicato Argentino de Docentes Privados (SADOP) Seccional Capital, Año 3, N° 16, Mayo de 2010, pág. 11.

Fue un día distinto. Sin duda, quedará grabado en la memoria de esta veintena de estudiantes y varios docentes y acompañantes que vivimos la experiencia. Porque de eso se trató: de conocer y experimentar lo que pasó en esos años de horror. Durante el recorrido nos acompañó Celeste, una de las guías que con sus palabras le fue dando el contexto y el tono adecuado a los momentos que íbamos a pasar en ese lugar, transformado hoy en un Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.

La visita comenzó con una descripción del contexto socio cultural de los años setenta, la efervescencia popular y la participación de los jóvenes en la política, y frente a esto, el terrorismo de Estado, que siguió un plan sistemático en un marco cívico-militar. Entre los años 1976 y 1983 pasaron por la ESMA alrededor de 5.000 personas detenidas-desaparecidas. De todos ellos, alrededor de 200 sobrevivientes prestaron testimonio ante la justicia, a partir de lo cual se comenzó a construir la trama de esta historia, dado el pacto de silencio sostenido por los militares pese al advenimiento de la democracia hace cerca de 30 años. El emblemático edificio “cuatro columnas” fue la primera parada de nuestra visita. La guía nos contó que los alumnos de la Escuela de Mecánica de la Armada, que tenían entre 15 y 20 años, en aquel entonces eran empleados como guardias de los detenidos.
Nuestra segunda parada fue una garita de seguridad, que antes franqueaba el paso hacia la zona restringida que constituía el casino de oficiales, a la que en la jerga de los militares se la denominaba “selenio” (el lado oscuro de la luna). Las marcas en la garita y en el asfalto dan cuenta que allí había una pesada cadena que restringía el paso hacia esa zona. En este sentido, el mismo edificio de la ESMA, con sus marcas, se transforma hoy en una evidencia para la justicia, además de los testimonios de los sobrevivientes, quienes guardan en su memoria los detalles de su paso por el lugar. Al perder el sentido de la vista –dado que los detenidos-desaparecidos eran encapuchados- se agudizaban otros sentidos, como el oído, lo cual permite reconstruir, a partir de los pequeños detalles, lo que sucedió en ese entonces.


El lado oscuro de la luna

La tercera parada fue el casino de oficiales, cuyo acceso, además de otros aspectos, fue modificado en el año 1979 ante la inminente visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Justamente, según explicó Celeste, el aplazamiento de la visita tuvo que ver con las reformas que se realizaron al edificio, para contradecir los testimonios de los sobrevivientes y desacreditar así las denuncias.
Luego de atravesar el playón de estacionamiento, entramos finalmente al casino de oficiales. El hermoso día de sol que nos venía acompañando hasta se momento pareció cambiar dramáticamente cuando ingresamos al edificio. El silencio se apoderó del ambiente, y comprendimos allí que de ahí en adelante nuestra visita no iba a pasar solamente por la información que nos fueran a contar o las cosas que fuéramos a mirar, sino por los sentimientos que íbamos a experimentar en el lugar. Como en el interior del edificio no se pueden sacar fotos, este cronista intentaba registrar en sus retinas y anotar en la libreta todo lo que veía y escuchaba. La galería de acceso al casino de oficiales fue una de las zonas del edificio que fue remodelada en 1979, y lo mismo sucedió con el acceso al sótano y al ascensor, que estaban en el hall central del edificio. Estos últimos también “desaparecieron”, intentando borrar así las evidencias del horror que supieron transportar. Transponiendo el hall central, está el Salón Dorado del casino de oficiales, donde en pleno apogeo del gobierno militar –fue desmontado en 1979- funcionaban las oficinas de los “grupos de tareas”, que –según explicó la guía a los estudiantes del colegio- se organizaban en divisiones de operaciones, inteligencia y logística. También había allí un circuito cerrado de TV para monitorear a los detenidos que estaban alojados en el tercer piso, y funcionaba una doble cabina de teléfono, desde donde los presos llamaban a sus hogares para frenar las causas judiciales, bajo el férreo control de los miliares, que escuchaban las conversaciones desde el otro teléfono. “A los miembros de los grupos de tareas les gustaba decir que ellos eran aquí los dueños de la vida y de la muerte”, sostenía Celeste, mientras todos nosotros imaginábamos cómo era la vida –si así se la puede llamar- en ese lugar. Luego descendimos al sótano –por un acceso exterior- que era el primer lugar donde eran trasladados los detenidos-desaparecidos. Allí funcionaban la sala de torturas, el laboratorio fotográfico y el centro documentación donde se fabricaban identidades falsas para los represores, la enfermería, los calabozos donde eran alojados los detenidos y también los dormitorios de los guardias. Actualmente, hay en ese lugar carteles con testimonios de los sobrevivientes que pasaron por allí. “Pese al control que los militares tenían sobre la vida de los que estaban acá, siempre hubo expresiones de resistencia”, explicaba la guía, y para graficarlo contó la historia de Victor Basterra, un detenido que tenía que trabajar sacándole fotos a los militares para elaborar luego la documentación falsa. En vez de sacar cuatro copias, sacaba cinco, y una de ellas la guardaba. Cuando fue liberado, progresivamente, fue enterrando esas fotos en el patio de su casa, y con el advenimiento de la democracia, las presentó ante el tribual que juzgó a los militares. Hoy, esas fotos, constituyen una de las pruebas más importantes que permitieron enjuiciar a los responsables de aquellos hechos. Los días miércoles –continúa el relato- se bajaba a los detenidos a la enfermería que funcionaba en el sótano. Allí eran adormecidos para luego ser “trasladados”. Con ese eufemismo se designaba a los denominados “vuelos de la muerte”. Los detenidos eran llevados al Aeroparque Jorge Newbery, y eran arrojados desde los aviones a las aguas del mar para poner fin a sus vidas.


La vida en “capucha”

Pero todavía faltaba la estación más difícil de este vía crucis que nos tocó transitar: luego de pasar rápidamente por el primer y segundo piso del casino de oficiales, donde funcionaban sus habitaciones, fuimos al tercer piso, donde recorrimos el lugar de reclusión de los detenidos-desaparecidos. Esa parte del edificio era llamada “capucha”, porque allí los detenidos estaban todo el tiempo encapuchados y encadenados en manos y pies. Los presos tenían que estar acostados sobre delgadas colchonetas, divididas en una suerte de tabiques de madera de un metro de alto por dos de largo, para evitar todo tipo de contacto entre ellos. Algunos testimonios indican vagamente que en las peores épocas, ese lugar pudo haber más de 150 detenidos. Algunos de estos testimonios aparecen en los carteles que pueblan el lugar, y que cuentan cómo era la vida en “capucha”. “Las características de la vida acá eran el silencio, la inmovilidad y la oscuridad”, graficaba Celeste, ante las preguntas y el estupor de estudiantes y docentes. La luz tenue que iluminaba parcialmente el lugar nos daba una idea de esa oscuridad, al punto que transcurrido un tiempo, se volvía difícil permanecer allí. También en ese piso del edificio funcionaba la maternidad clandestina: “las madres debían escribir una carta cediendo a sus hijos a sus familias”, relataba la guía, pero los bebés no eran entregados a éstas, sino que eran expropiados y entregados a familias de militares.


Epílogo y testimonios

La visita concluyó en una sala del edificio “cuatro columnas” donde están las fotos que sacó Basterra, artículos periodísticos y otros documentos históricos que permitieron reconstruir esta parte de nuestra historia. Allí, los alumnos del Colegio Filii Dei consultaron el material con interés y aprovecharon para evacuar algunas de sus dudas. A modo de testimonio, Liz, una de las alumnas que participó de la visita, destacó Luego de esta experiencia, su intención en adelante es “tratar de contarle esto a otros amigos para que sepan lo que pasó realmente, estaría bueno que otros sepan para tener memoria y construir una democracia mejor”, dijo. En tanto, Sander, un estudiante holandés que está de visita en el país realizando una investigación, expresaba: “yo no puedo creer lo que pasó acá, es muy difícil de entender”. Finalmente, Mónica Visenti, una de las docentes que acompañó a los alumnos sostuvo que “estar en los lugares donde se puede revivir la historia es una forma muy didáctica de acercar la historia a los chicos”, y a tono personal expresó: “yo no había estado en este lugar, y me parece que es un buen ejercicio de la memoria. Es una época que se toca muy pocas veces en los programas escolares y que tenemos que tener más presente, sobre todo para poder defender la democracia”, concluyó.

Luego de las tres horas que duró la visita, todos nos fuimos. Nos fuimos a continuar con nuestras vidas, pero dejamos algo en ese lugar, o mejor dicho, ese lugar dejó algo en nosotros: una marca, una experiencia contradictoria, porque por un lado nos encontramos con las atrocidades que pueden cometer los hombres, pero por otro, nos queda la esperanza que pese a esas circunstancias tan oscuras y dolorosas, siempre hay un margen de resistencia. “Todo está guardado en la memoria”, dice la letra de León Gieco, y la tarea que nos queda a todos, a los chicos y a los grandes, es reconstruir esa memoria para honrar a los que murieron y para que esto no vuelva a suceder.


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